martes, 14 de octubre de 2008

Las Benévolas - Jonathan Littell

¡He vuelto! Después de cuatro meses de ausencia resurjo. Han sido cuatro meses de trabajo, de éxitos y fracasos, y aún no ha terminado todo. He estado líado, demasiado. Ahora sigo hasta arriba, pero me apetece poner algo. Bueno, esta novela en realidad la leí hace varios meses, pero no podía dejar en el tintero un crítica que encontré por ahí, que me parece, sin compartir todos sus puntos de vista, una excelente argumentación en contra de la novela de Littell.

La verdad es que yo no soy tan crítico. Si bien es cierto que Las Benévolas es un libro un tanto peñazo (por llamarlo de algún modo). 1000 páginas densísimas históricamente ultradetalladas y argumento (en lo que refiere al protagonista) a mi entender bastante pobre. Esta opinión, viniendo de mi persona, y habiendo el hombre ganado el Goncourt, pues es algo como para no tener mucho en cuenta. Sin embargo, si destacaría el factor documentación de la obra, que para una persona algo interesada en la historia del Tercer Reich es muy interesante. Realmente me encantó descubrir los entresijos de la administración nazi, el discurso de Posen, los distintos puntos de vista de los mandatarios nazi sobre la limpieza étnica, etc. Me permitió conocer como se planifica y se llega a la barbarie del Holocausto. Así que a cualquiera que le guste la historia y no conozca demasiado este tema, pues le recomiendo que lea la novela, o si no, que coja algún libro especializad que seguramente será mejor. Pero si de paso aprovechas para leer literatura pues tanto mejor.

A continuación pongo la crítica de Miguel Sánchez-Ostiz en el ABC. Me parece fantástica, a pesar de que como ya he dicho, en algunos puntos no estoy demasiado de acuerdo.

http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=8451&sec=32&num=824

La verdad es que Sánchez-Ostiz es demasiado cruel. Si que es cierto, que Littell abusa y vuelve abusar de escenas escatológicas, gore y sádicas, y que el final y algún que otro fragmento, es directamente un despropósito, que a mí me recuerda a la Hierba Roja de Vian pero fuera de lugar; pero al fin y al cabo, la novela puede presumir de algunas reflexiones acertadas sobre la vida y la muerte, los sentimientos del torturador y del asesino, y la inutilidad de la sociedad en ciertas situaciones, que hay que aplaudir, aunque en ocasiones el autor se pierda en esa vorágine de violencia gratuita que impregna el texto.

Eso sí, quien quiera comprobar si está de acuerdo conmigo, tendrá que leerse la novelita, así que mucho me temo que poca gente va a refutarme.

Por cierto, aquí hay otra crítica algo más suave, por si alguien quiere leerla:

http://www.elmundo.es/elmundo/2007/11/07/escorpion/1194429507.html


Título: Las Benévolas
Autor: Jonathan Littell
PREMIO GONCOURT 2006


Maximilen Aue es un hombre casado, con hijos, discreto, calmado, reposado y reflexivo. Doctor en derecho, fabricante de puntillas en un tranquilo lugar de Francia, se decide a contar su pasado. No porque sienta necesidad alguna de justificación: simplemente quiere contar la historia tal y como él la vivió. Por eso comienza diciendo: "Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicaréis, y nos importa un bledo. Y es muy cierto que se trata de una tenebrosa historia, aunque también edificante, un auténtico cuento moral, os lo aseguro". Y añade: "Y además no es algo ajeno a vosotros; ya veréis como no es algo ajeno a vosotros".

Han pasado 30 años desde que ocurrió lo que Max Aue se decide ahora a contar. Ahora vive en Francia, pero para eso tuvo que huir de Alemania al acabar la II Guerra Mundial disfrazado de trabajador obligatorio francés. Porque Maximilien Aue era oficial de las SS.
Su relato arranca con la invasión de Rusia por parte de Alemania. El teniente doctor Maximilien Aue, como oficial de las SS, sigue a las tropas de la Wehrmach para asegurar la retaguardia y eliminar toda posible resistencia. Los judíos, los gitanos y los deficientes mentales son sus primeras víctimas. La guerra del Cáucaso, con la implicación de diversas etnias, y la batalla de Stalingrado, explicada con todo detalle, ocupan el grueso de la primera parte del libro. Max se entretiene a ratos contando su idílica infancia truncada, la incestuosa relación con su hermana, el trágico final de su mal entendimiento con su madre y su padrastro...

Aue relata los años que van de 1941 a 1944 tal y como los ha vivido, en Berlín y en el frente del Este. Sigue con detalle las actividades de los siniestros Einsatzgruppen SS, grupos móviles que seguían al ejército nazi para encargarse de la aniquilación de comunistas y judíos en los territorios conquistados. Su frialdad le lleva a cometer sin remordimiento el asesinato de su madre, la masacre de los judíos de Babi Yar, a emplearse a fondo en la batalla de Stalingrado, a enorgullecerse de su trabajo allí. "No sé por qué escribo: gracias a dios nunca sentí la necesidad de justificarme", insiste mientras resucita su pasado de culto treintañero, francoalemán de Alsacia, lector de Flaubert. La relación incestuosa con su hermana y su homosexualidad encubierta le mortifican más y mejor que la guerra.

Maximilen Aue participa en la primera gran matanza de judíos, en Ucrania, asiste a la batalla de Stalingrado y acaba teniendo grandes responsabilidades en la organización de la llamada solución final. Podemos sospechar que es judío -su circuncisión queda sin explicar-, que no sólo se ha acostado con su hermana Una sino que ha tenido gemelos con ella y que fue él quien asesinó a su madre y al segundo esposo de ésta. Su cultura es muy amplia, especialmente en lo que se refiere a la cultura griega.

Participa en la masacre de judíos en Kiev y supervisa la organización de Auschwitz. Se dice obsesionado por lo Absoluto, representado primero por Dios y luego por la Nación, concepto más abstracto aún que la idea de Dios. No tiene reparos en contar todos los problemas que tuvo que afrontar para resolver las dificultades de orden logístico, técnico y psicológico que planteaba la industrialización del asesinato, y no lo hace para disculparse o por liberarse: habla para defender lo que hizo. En el camino quedan litros y litros de alcohol bebidos para inmunizarse contra el frío y, sobre todo, la responsabilidad, centenares de retortijones intestinales de un cuerpo que se rebela cuando le prohiben sentir empatía por las víctimas, decenas de actos sexuales consumados como una estricta necesidad fisiológica. Sólo ama a su hermana, pero eso está prohibido...

Durante las campañas de Ucrania y Georgia, evoca a Chejov en Yalta, a Lermontov en el Cáucaso. Conoce los trabajos de Dumézil, adora a Rameau, a quien toca al piano y pone a la misma altura que a Bach. Durante el declive de la Wehrmacht, lee La educación sentimental en francés...
Gracias a su posición trata con Adolf Eichman, Albert Speer, Martin Borman, Reinhard Heydrich, Heinrich Himmler... Sostiene debates con un lingüista que define el racismo como "filosofía para veterinarios", y demuestra cómo el presunto cientifismo de las teorías raciales es una inocua transposición ideológica de la ciencia lingüística; con un comisario político comunista que le define el nazismo como "una perversión del marxismo", pues el lugar ocupado por la lucha de clases le corresponde a la lucha de razas. También con un financiero e industrial nazi que justifica el asesinato de judíos porque "no hay nada más völkisch que el sionismo" que asocia el pueblo, la sangre, y la tierra. "Los judíos son los primeros nacionalsocialistas", dice el millonario, y por eso cree que los alemanes deben acabar con ellos; la aristocracia antisemita no soporta la vulgaridad populista del nazismo y quisiera un mundo dirigido por una élite cultural, en la que no contaría ni la raza ni la religión. Una, su hermana, concluye que "matando a los judíos nos autoasesinamos", pues "lo que nunca hemos comprendido es que estas cualidades que atribuimos a los judíos y consideramos como defectos, la avaricia, la avidez, la sed de dominio, la cobardía, la maldad simple, son cualidades profundamente alemanas, y si los judíos las han hecho suyas es porque también se han hecho alemanes".

La obsesión por la música, los crudos pasajes sexuales, la evocación de literatos o filósofos como Eckart, son los márgenes de un fresco de gran amplitud en el que son convocados centenas de personajes reales o ficticios, en el que sentimos, de fondo, la banalidad del mal definida por Hannah Arendt.